Tiene ocho años, la ropa rota y la cara sucia, pero en ella una sonrisa impecable. El brillo de sus ojos pinta de todos los colores ese lúgubre mundo que los atraviesa y que es recreado en su mente tejiendo una realidad más amable. Así, se disfraza de nube con el humo de los autos para camuflarse en el paisaje, y se divierte al ver que su presencia no es percibida por los transeúntes.
En las tardes se entretiene con burbujas, esas en las que se encierra la gente para aislarse del que sufre y conservar la comodidad. Luego juega a ser grande y a trabajar, pero pronto se aburre y prefiere imaginar que puede jugar.
Cuando llega la noche a veces sueña, inclusive mientras duerme, y en
sus sueños se repite constantemente una imagen que, al igual que toda su
historia, no entiende pero tampoco olvida.
Han sido ocho años dibujados al
margen de lo que en una sociedad llaman derechos, pero aún así ocupan un lugar
importante en el mantenimiento de esa forma de sociedad, pues han transcurrido
en la base de lo que hace posible la existencia de privilegios: la pobreza. No
hablo precisamente de los privilegios de grandes y millonarios empresarios, me
estoy refiriendo a los privilegios de un ciudadano común. Sí, porque todos
tenemos derechos pero éstos mutan a privilegios para aquel que logra leerlos en
su cotidianidad y no sólo en un papel.
En las tardes algunas veces recibe
pan, pero nunca ha recibido respuestas. Aquellos inacabables porqués de un
pequeño que apenas empieza a tomar conciencia en la comprensión de su entorno,
esta vez han permanecido y han empezado a pesar, a doler.
Posiblemente parezca que describo algo
que diariamente sucede en las calles, pero no es ese mi propósito, lo que
intento es describir algo que a diario sucede en los corazones. Busco poner en
estas letras el espejo de una sociedad indiferente, porque no entiendo cómo
pueden existir tantos analfabetas que no saben leer lo que se esconde tras el
rostro de quien sufre.
Quizás si existe un destino, pero
quizás no. Tal vez podemos hacer algo, tal vez somos los únicos que pueden
hacer algo, tal vez afuera nos estén esperando.
María Botero Mesa