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El Colectivo Estudiantil Ágora fue fundado en razón a la necesidad de construir criterios que problematicen los conflictos sociales, a partir del ejercicio intelectual. ¡Por esto y las innumerables razones que apremian nuestra conciencia, clamamos por la liberación de las ideas y el alto pensamiento crítico!

16 de septiembre de 2012

Los demócratas NO debemos creer en “nuestras” instituciones.




En el marco de la Cátedra Pública organizada por la Universidad de Antioquia: “Tres caras del secuestro, tres caras de la libertad”, pude hacerle una pregunta a una de las grandes víctimas del conflicto armado de Colombia. Es víctima de los dos actores que hoy se sientan a hablar de paz; de dos de las corruptas y envilecidas fuerzas que empujan al país por el sendero de la injusticia y la miseria: Las FARC-EP y el Estado Colombiano. Pude hacerle una pregunta a Sigifredo López Tobón.

Sigifredo fue el único exdiputado del Valle que sobrevivió al secuestro -de 7 años- y a la masacre perpetuada por las FARC-EP el 18 de junio del 2007. Además sobrevivió, no sólo en lo físico, sino, lo que es más sorprendente, en lo mental, emocional y político a un segundo  secuestro no menos infame e indigno que el anterior; un secuestro en concurso con la afrenta más grande que ha sufrido en la vida el honor de López. Fue secuestrado, por segunda vez,  el 16 de mayo del 2012 por la Fiscalía General de la Nación acusado de cargos de toma de rehenes, perfidia, homicidio agravado y rebelión. Los medios grabaron su secuestro en vivo, a los colombianos nos tocó ver al hombre esposado y cabizbajo, custodiado por guachimanes del estado y reducido al nivel de “Don Berna”, “H.H”, “Jorge 40”, “Salvatore Mancuso” o “Ernesto Báez” (bueno, lo cierto es que algunos de estos salieron aplaudidos del congreso de Colombia, por lo que debo decir: a Sigifredo lo demonizaron más que al peor de los paramilitares). No obstante, nuestro sistema penal fracasó: tentativa inidónea.

Pensé, cuando fui descubriendo la historia de ese señor que era un desgraciado contra el cual se cometieron las injusticias entre las injusticias. No tuvo ocasión contra la guerrilla más vieja del continente, tampoco contra la oprimente, inextricable y laberíntica ley del Estado Colombiano. Pensé que una persona en sus circunstancias terminaría cargada de odio, dolor y resentimiento.

Lo anterior me llamó la atención y por eso quise preguntarle: Teniendo en cuenta el secuestro oficial del cual fue víctima, ¿Considera usted que podemos seguir creyendo en “nuestras” instituciones? ¿En nuestro gobernantes?

Desde luego que el “secuestro oficial” sufrido por el exdiputado no es el único fundamento de los dos interrogantes (basta pensar en las chuzadas del DAS, la “yidispolítica”, la “parapolítica”, los “falsos positivos”, la represión de la fuerza pública, el carrusel de la salud, las falsas desmovilizaciones, el fallido intento a la reforma de la ley 30, el fallido orangután de la reforma a la justicia, la teocracia del Ministerio Público, y un largo etcétera que acaece dentro y fuera del Congreso de los Ratones, dentro y fuera del Ejecutivo; y dentro y fuera de las “H”.  Altas Cortes), pero es la prueba más contundente que tenía al alcance de mi palabra.

Para ser justos, debo decir que Sigifredo dijo muchas cosas, inclusive cuestionó nuestro sistema penal y señaló la necesidad de reformarlo. Sin embargo, en esencia, sus argumentos iban todos dirigidos a defender la tesis de su reflexión: “los demócratas debemos creer en nuestras instituciones”.

Un demócrata es, a mi juicio, un hombre que cree en la democracia y la practica.

 La democracia como forma de organización política es inconcebible sin libertad e igualdad de los sujetos que participan en ella. La libertad tiene tantas implicaciones como definiciones caben de ella, pero en una democracia, la libertad es esencialmente poder pensar conforme a las propias ideas y convicciones;  pudiendo además, manifestarlas de manera pública, siendo respetado y escuchado.

El demócrata, en consecuencia, para ser tal no necesita más y no tiene más deberes que creer en la democracia y practicarla. Su pensamiento, su proyecto o sus creencias están fuera de discusión, si esta se dirige a otorgarle o disminuirlo en su ‘status’ democrático.

La tesis de que los demócratas tienen deberes ideológicos específicos para poder ser considerados como tales, está haciendo carrera en divergentes espacios políticos y múltiples corrientes de la política colombiana, es imperativo rebatirla. Ésta, indudablemente se está convirtiendo en una efectiva estrategia, para moldear las conciencias so pena de estigmatizarlas como anti-democráticas (es una de las "luchas por los significados") . Y hoy, como se sabe, en materia política la democracia es un dogma, quien no crea o diga creer en ella está “out”, y es tenido como sujeto de dudosa honorabilidad cívica.

El deber ideológico de creer en nuestras instituciones, que se traduce en creer en el estado y la ley que nos gobierna, es falaz. Es una postura que los filósofos del derecho suelen llamar “legalismo ético”, y se deriva de una confusión del ser y del deber ser, o de la moral y el derecho, respectivamente. En palabras llanas expresa la creencia de que del estado y de la ley, por ser tales (“por ser vos quién sois” como diría el maestro Tulio Chinchilla), se siguen deberes morales de obediencia y sumisión. Tal planteamiento, como salta a la vista, va en contravía de cualquier pensamiento y convicción libertaria.

La experiencia política nacional tanto pasada como presente impone como mínimo, un deber intelectual de desconfianza o duda. Los demócratas NO debemos creer en “nuestras” instituciones, Sigifredo.