“Durante la época de la colonia los pueblos
indígenas ubicados en el valle de aburra deciden de manera pacífica ceder la
tierra que cuidadaban, cultivaban y amaban, solo con el fin de que la sangre de
su pueblo no se derramara sobre su madre naturaleza.
Decidieron
hacerlo de la manera más espiritual que podían hacerla, lloraron su tierra,
sollozos lanzaron al aire por entregar su ser más preciado, sin embargo
prefirieron conservar su vida, sus creencia, costumbres y cosmogonías para que
estas no murieran en manos blancas europeas.
El
sitio del Jordán No quisieron venderlo, permutarlo, hipotecarlo ni realizar
ninguna otra manía ideada por el blanco para olvidar su madre, una madre que el
blanco considera cosa y no alma como lo hacen los grupos indígenas colombianos.
Lo
anterior por esa ingenua pero bárbara idea de progreso, que el hombre
occidentalizado quiere alcanzar, en donde los principios se olvidan, y solo se
piensa en el bienestar propio, dejando a un lado el equilibrio eterno del
espíritu y el cuerpo; olvidando las fuerzas del bien y del mal, el hombre
blanco cree que progreso es el futuro, es adelante, sin imaginarse que el
progreso no existe, progresar debería ser caminar pisando las huellas de los
ancestro donde la historia y el tiempo son como un caracol que va en espiral
donde el pasado esta adelante mostrándonos la vida de los viejos, de los
ancianos, siempre iluminándonos con su infinita sabiduría.
Por
eso los grupos indígenas hoy piden que no olviden que la tierra es madre, que en ella los pueblos construyen sus
vidas y fortalecen sus creencias, es en la tierra donde se preserva la cultura
y es por ello que manifiestan la necesidad de crear en el Jordán el sitio
perfecto para recordar la creencias, crear las nuevas, donde se celebre la vida
y se proteja la esencia y no condenarnos
a una tierra de infinito olvido”. Julián Mazo Bedoya (para muestra teatral epifanía
del Jordán 2012)
El
anterior texto solo tiene la intención de movilizar, a quien se interese por
leerlo, de mover sus estructuras, inquietar, autocuestionarse, sobre sus bases
fundamentales, las ideas inherentes a él, por ser parte de una sociedad que absorbe,
que nos consume y nos enajena para ella.
Cansado
de ver como los discursos alrededor de las formas de hacer historia han
pervertido la construcción colectiva sobre la configuración de sus creencias,
usos sociales y costumbres más rudimentarias. En el sentido que esa historia ideada,
pensada y maquinada por unos pocos (por ellos,
los de arriba), obstaculiza que las comunidades puedan digerir de la manera más
consiente esas conductas que lo hacen parte de ese conglomerado en el que habita
y socializa.
La reproducción
en los sistemas educativos sobre esas formas clásicas de hacer historia,
impuestas por todo un paradigma científico (positivismo) ha impedido que las
historias subalternar puedan exponerse, valorarse, negándole la posibilidad de
reindivicar aquellos grupos, personas, que no hacen parte de la elite que manda
y dispone, poder ser parte de la construcción colectiva y no determinada de una
historia de todos, una historia que nos dirija hacia la comprensión del ¿Por
qué? de las representaciones sociales, una comprensión que intente redefinir
las transformaciones de la realidad social, en procura de unos cambios que
respeten la dignidad humana y la dignidad de sus pueblos, la historia debe
hacerse desde la visión de abajo, del pueblo, una visión cargada de sentido común,
esencia, esfuerzo y sentimiento, y no una historia deshumanizada con los datos
y las fechas, para poder (algún día) dejar de repetir aquellos imaginarios
colectivos alrededor de la historia, donde los pueblos siguen tomando las malas
decisiones de volverse un lacayo del poder, prohibiéndose la posibilidad de
cuestionar, inquietarse sobre un estado de cosas incómodo y perturbador.
Por ello
exhorto a quien lea este ingenuo texto de movilizarse, en cada momento de sus
vidas, en pro de cuestionar el estatus quo impuesto, cuestionar aquellos
discursos e ideas hegemónicas que impiden la plena humanización de lo humano.
Julian Mazo Bedoya